Comentario
En Córdoba, la desaparición del califato redundó en beneficio de un potente linaje de origen oriental. Después de la expulsión de los hammudíes de la ciudad en el 1023, los cordobeses intentaron restablecer el califato omeya en la persona de un Abd al-Rahman al Mustazhir bi-Llah, al que Ibn Hazm prestó también sus servicios como visir, pero que, desbordado por una situación incontrolable, no aguantó más de un mes y medio. Su sucesor, Muhammad al-Mustakfi duró un poco más de tiempo a pesar de su gobierno detestable. Ibn Hazm fue entonces encarcelado, y otros notables cordobeses, en principio favorables a los omeyas, se fueron a refugiar cerca del hammudí Yahya b. Ali de Málaga, que pretendía hacerse con el califato bajo el nombre de al-Mutali bi-Llah. Al-Mustakfi, amenazado por la agitación de la población, huyó finalmente de la capital en mayo del 1025 y los habitantes se resignaron a aceptar la autoridad del califa hammudí, quien fue a pasar algunos meses en Córdoba (noviembre 1025-marzo 1026). Después de su vuelta a Málaga, el visir a quien había dejado para gobernar la ciudad no aguantó más de unos meses. Los emires eslavos de Denia y de Almería llegaron a la ciudad para controlarla al cabo de algunos meses, pero no lograron un acuerdo que restableciera un gobierno omeya estable.
La aristocracia de Córdoba, dominada por los clientes omeyas con un miembro de la vieja familia de los Banu Abi Abda, Abu l-Hazm Yahwar b. Yahwar a su cabeza, intentó por última vez restaurar el califato omeya proponiendo el poder a un hermano de al-Murtada, el pretendiente desdichado del año 1018, que se había refugiado en Alpuente bajo la protección de los Banu Qasim, emires de esta ciudad, una de las grandes familias de origen beréber de la Marca que, como los Banu Razin de Sahla, gobernaban desde entonces localmente de forma independiente sus feudos que les habían sido reconocidos en época del califato. Proclamado en junio de 1027, no residió en Córdoba hasta diciembre de 1029, lo que prueba el poco entusiasmo que suscitaba ya el título califal. Este Hisham III al-Muladd, como dijo Levi-Provençal, era igual de mediocre que sus predecesores inmediatos y suscitó el descontento galopante entre los notables de Córdoba, a quienes alejó del poder en beneficio de los advenedizos. Los más influyentes, como los Banu Shuhayd y sobre todo los Banu Yahwar, rama de la muy antigua familia de los Banu Abi Abda, formaban parte de la clientela omeya y habían sido investidos con el título de visir por los califas que se habían sucedido en Córdoba durante la crisis.
En noviembre de 1031, estos notables y visires, deseosos de deshacerse de al-Muladd, impulsaron a otro omeya a organizar un golpe de Estado para asesinar al visir favorito del califa y provocar un levantamiento popular contra este último. A pesar de las promesas que no le habían hecho, los instigadores de la intriga descartaron al nuevo pretendiente al poder impidiendo a la población que le prestaran la baya o reconocimiento oficial y le obligaron a abandonar la capital, encargándose ellos mismos de su dirección, bajo la autoridad del más prestigioso de entre ellos, el visir Abu al-Hazm b. Yahwar. Esta hábil maniobra ponía fin a la dinastía omeya y al califato de Córdoba creado por Abd al-Rahman III.